ESTRATEGIAS DE DOMINACIÓN
Por Diana Kordon, Lucila Edelman y Dario Lagos
En momentos en los que circulan pronunciamientos de sectores de la
cultura en favor de la re-reelección presidencial, se actualiza la
cuestión de las estrategias oficiales de dominación para incidir en las
subjetividades colectivas.
Desde la perspectiva de esos sectores de
la cultura que apoyan la re-reelección, Cristina Fernández sería una
líder irreemplazable de un proceso de transformaciones sociales
profundas que se estaría desarrollando en la Argentina y, por ese
motivo, objeto central del ataque de los grandes poderes, en particular
del poder mediático.
La re-reelección vendría a garantizar la
continuidad del "Proyecto", definido como nacional y popular -o si se
quiere, progresista-, una premisa, o más bien "una verdad", que reclama
ser motivo de creencia, ya que sus contenidos nunca se formularon
claramente ni se expusieron al debate público.
Después de casi una
década de gobierno, se impone entonces la pregunta de qué es lo que ha
cambiado. Obviamente ha cambiado la composición del grupo hegemónico en
el poder. Pero no sólo no se ha modificado la dependencia, sino que cada
vez es mayor la penetración y concentración de las corporaciones y la
extranjerización de la tierra. Se sigue dependiendo del éxito de las
cosechas, se impone crecientemente el monocultivo de soja y los
beneficiarios son los grandes pools y las agroexportadoras. No se ha
resuelto la crisis energética, de la vivienda, del transporte, de la
salud, de la educación. La contaminación y el riesgo ambiental crecen de
la mano de la megaminería y las demandas de los pueblos originarios por
sus tierras son desoídas. Los muertos en las protestas sociales son la
expresión más dolorosa del avance en la criminalización de las luchas
sociales.
La respuesta a estos cuestionamientos, en el mejor de los
casos, es la aceptación de "lo que falta" a cambio de la afirmación de
una certeza, que nos exige complicidad, de que estamos en el camino de
resolución de los grandes problemas del país.
Como fundamento de esa
certeza, surge inmediatamente la comparación con la extrema situación
de 2001 que ha dejado huella. Las vivencias de desamparo e indefensión,
la sensación de disgregación del cuerpo social como apuntalador de la
pertenencia y de la identidad, y la incertidumbre acerca del futuro
quedaron inscriptas en la memoria colectiva como marcas traumáticas. Y
las huellas traumáticas, como las de la dictadura o las de la crisis
hiperinflacionaria, acechan como fantasmas al imaginario colectivo.
Frente a semejante comparación, es evidente que la situación social ha
tenido algunas mejoras. En particular, y en el contexto de una situación
económica favorable para toda la región, se redujo relativamente la
desocupación, se consiguió cierta recomposición salarial y se tomaron
algunas medidas paliativas para reducir la gravísima situación de los
sectores más vulnerables. Esto ha producido cierto alivio y es la base
objetiva sobre la que operan los discursos y las maniobras de
manipulación de la opinión pública por parte del Gobierno. Pero después
de casi una década, estos aspectos, en sí mismos, no son indicadores de
ninguna transformación social.
El Gobierno sí tiene una percepción
afinada de las necesidades y aspiraciones de amplios sectores sociales.
Esta percepción la utiliza para impulsar la "sintonía fina" que
significa hoy ir aplicando el ajuste por partes y por sectores
diferenciales para enmascarar los reales intereses que defiende e
impedir el desarrollo de una respuesta social unificada. Por otro lado,
como hacía el menemismo, deriva a las provincias parte de esta "ingrata"
tarea.
La expresión "esto es lo posible", que se utiliza como
argumento universal y como una verdad indiscutible, funciona como
elemento tranquilizador para la conciencia de algunos, pero sobre todo
como instrumento de control social, marcando el campo estricto en el
interior del cual deben canalizarse las inquietudes. Precisamente, el
control social es eficaz en tanto que hace que se naturalicen las ideas y
las acciones que propone el discurso hegemónico y, por lo tanto,
habilita el camino a la instrumentación alienatoria.
Se establece
una lógica binaria: o se está con el Gobierno, y en consecuencia con el
proyecto nacional y popular que ellos encarnan, o se es parte de "la
corpo". Este mecanismo de ubicar al otro según una lógica excluyente
produce un efecto de culpabilización e intimidación que promueve el
silencio y la parálisis. Desde esa perspectiva, a lo largo de todos
estos años, han estimulado la división de todas las organizaciones
sociales, práctica absolutamente contradictoria con su discurso de ser
impulsores de la unidad nacional y popular.
En esa política de
dividir, dividir, dividir, se inscribe la mecánica de la cooptación. Y
lo más grave de ésta -que incluye no sólo el apoyo político, sino
también la utilización de fondos públicos o el otorgamiento de puestos
en el Estado- es que aquellos que son absorbidos abandonan sus demandas
históricas en función del apoyo político que pasan a brindar.
Debemos reconocerle al kirchnerismo un acierto importante: siendo
gobierno, ha logrado exhibirse como si fuera oposición. Esto se acompaña
de un discurso épico en el que Cristina Kirchner se autoproclama
abanderada de las necesidades y los anhelos de los sectores más
desposeídos mientras enmascara los reales intereses que defiende.
Obviamente, mantiene oculta la enorme cuota de poder político y
económico que ha acumulado en estos casi diez años, su papel hegemónico
en las estructuras del poder real de la Argentina actual y la
utilización que hace del Estado en función de su crecimiento como grupo
económico.
También le reconocemos la "creatividad" discursiva y la
arbitrariedad en el decir y no decir. Llamar desendeudamiento al pago de
la deuda externa, apoyar a las corporaciones multinacionales como si
éstas favorecieran el desarrollo industrial al servicio de intereses
nacionales, defender el "truchaje" de los datos del Indec como
ejercicios de libertad son ejemplos de esta "creatividad". El no decir,
en particular, tuvo su expresión paradigmática en el silencio
indiferente ante un hecho como la masacre de Once. También se expresó en
la sanción del engendro fascistoide de la ley antiterrorista, como si
ésta no hubiera sido producto de su propia decisión.
Reconocemos
también la audacia. Cómo entender si no la sesión del Senado en la que
se trató la expropiación de Ciccone, presidida justamente por Amado
Boudou. Esta escena, que quisiéramos considerar como un paso de comedia,
nos acerca, en realidad, al drama del ejercicio impune del poder que
naturaliza la corrupción.
La crisis va develando, relativamente, lo
que se pretende ocultar. Y lo engañoso se va haciendo más grosero y
evidente. La evaluación oficial del valor de la canasta familiar no
resiste el más mínimo análisis, ni siquiera desde el sentido común o de
la experiencia de la vida cotidiana.
La ilusión de la excepcionalidad del "modelo argentino" ha entrado también en crisis.
*medicos psiquiatras y miembros Plataforma 2012
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