DIFERENCIAS ENTRE
LA DOCTRINA BIBLICA Y LAS CATOLICAS
¿Cómo se alcanza la
Salvación?
La Doctrina Católica
enseña:
Solamente dentro de la Iglesia Católica se puede hallar la salvación. Es
obligatorio aplicar el bautismo infantil para quitar el pecado original, y así
obtener la salvación del alma. Las buenas obras son necesarias para alcanzar la
vida eterna. La observación y el cumplimiento de los sacramentos son
necesarios, pues son colaboradores de nuestra salvación.
La Biblia enseña:
Encontramos innumerables versículos en las Santas Escrituras exponiendo
claramente que la Salvación
se halla solamente por la fe en Cristo, recibiéndola en forma directa de Él
mismo, ya que Jesucristo es Dios eterno e infinito:
«Yo soy la puerta (Jesucristo); el que por mí
entrare, será salvo» (Juan 10:9).
«Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo
(Jesucristo),
dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).
«Mirad a mí (dice el Señor), y sed salvos, todos los
términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más» (Isaías 45:22).
«Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo»
(Romanos 10:13).
«Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9).
Ni bautismos sagrados, ni ritos santificadores, ni sacramentos
purificadores, pueden aportar nada a la Salvación, que es otorgada a todo pecador
arrepentido que acude al Señor y deposita su confianza en Él. «Y
yo (Jesucristo) les doy vida eterna» (Juan 10:28).
La invitación de Jesucristo sigue siendo actual: «Venid a
mí todos» (Mateo 11:28). «Y el que a mí viene, no le hecho fuera» (Juan
6:37). Sin embargo, pese al ofrecimiento divino, son muchos hoy los
que lamentablemente rechazan la oferta de salvación. Él mismo dijo: «Y
no queréis venir a mí para que tengáis vida» (Juan 5:40).
Las buenas obras y
la Salvación
La Doctrina
Católica enseña:
Para ser salvo del infierno y entrar en el cielo, aparte del bautismo,
hay que perseverar en la
Iglesia Católica, participando de los sacramentos y demás
obras adicionales. Así, permaneciendo en amor, se contribuye para la perfecta
salvación y nuestra entrada en el cielo. La idea principal es que la salvación
depende de nuestras buenas obras. De tal manera, y según el viejo adagio
católico: ¡El bueno irá al cielo y el malo al infierno!
La Biblia enseña:
Si la salvación eterna depende de nuestro obrar, estamos todos
eternamente perdidos, pues nadie puede cumplir la perfecta ley de Dios:
«Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias
como trapo de inmundicia (Isaías 64:6).
«Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado
delante de él» (Romanos 3:20).
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios
2:8,9).
«Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino
por la fe de Jesucristo» (Gálatas 2:16).
«Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación
en el Espíritu Santo» (Tito 3:5).
Si aceptáramos que la salvación es ganada por nuestros esfuerzos
personales, admitiríamos en consecuencia que Cristo no pagó en la cruz por
nuestros pecados, y que su obra expiatoria fue insuficiente para nuestra redención.
La Escritura
es muy clara y precisa al respecto: «Y este es el testimonio: que Dios
nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo,
tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1ª Juan
5:11,12).
La pregunta surge sola: ¿Tiene Ud. a Cristo en su corazón...?
La devoción a la
Virgen María
La Doctrina Católica
enseña:
La virgen María es nuestra intercesora delante de su hijo Jesucristo, y
por lo tanto uno de los mejores caminos que llevan a Dios. Es nuestra abogada y
auxiliadora. La
Santísima Virgen María ocupa el privilegiado lugar de Cooperadora
de la Redención,
porque colaboró con su fe y su obediencia libres a la reconciliación de los
hombres.
La Biblia enseña:
Jesucristo es la Puerta,
el Camino, el Abogado, el Mediador... Pero, la Biblia no enseña acerca de
que María sea el camino a Dios, auxiliadora, corredentora o mediadora:
«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres,
Jesucristo hombre» (1ª Timoteo 2:5).
«Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo» (1ª Juan 2:1).
«Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre, sino por mí» (Juan 14:6).
«Yo soy la puerta (Jesucristo); el que por mí entrare, será salvo»
(Juan 10:9).
La Biblia
resulta determinante acerca de la autoridad de María otorgada por la Iglesia Católica.
En cierta ocasión Jesús afirmó: «¿Quién es mi madre, y quiénes son mis
hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y
mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre» (Mateo 12:48-50).
De igual modo respondió con firmeza ante la declaración de una
espontánea del público: «Mientras él decía estas cosas, una mujer de
entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te
trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen
la palabra de Dios, y la guardan» (Lucas 11:27,28). Por supuesto,
Jesús no quiso desacreditar a su madre, sino más bien a aquellos que ya
comenzaban a otorgarle ciertas atribuciones de autoridad mal entendida. Con los
siglos la Doctrina
Católica ha caído en el mismo error, creando todo un
monumento doctrinal a la madre de Jesús, donde en realidad la Biblia no lo contempla en
ningún lugar. Por ello Jesucristo ratificó en varias ocasiones: «Mi
madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen» (Lucas
8:21).
En definitiva, ni Jesucristo, ni tampoco los mismos apóstoles, nos
indican en ningún lugar del Nuevo Testamento que acudamos a María, ni para
brindarle adoración, ni tampoco para recibir sus favores como intercesora o
corredentora delante de Dios. «Un solo mediador, Jesucristo», hemos
leído en el texto bíblico anterior. Nos preguntamos: ¿No es mejor honrar la
memoria de María, siguiendo su consejo, cuando en las bodas de Caná, y
señalando a su Hijo, dijo a los que servían: «Haced todo lo que él (Jesucristo) os
dijere». Y ésta, precisamente, fue la recomendación de María que todos los
cristianos hemos de seguir: Haciendo todo lo que Jesucristo nos dijere...
La oración o
adoración a los santos e imágenes
La Doctrina Católica enseña:
Es lícito orar a quienes, debido a sus buenas obras, han sido declarados
santos por la Iglesia
Católica, ya que están en la presencia de Dios, y su labor es
cuidar de aquellos que han quedado en la tierra... Su intercesión por los
hombres es el servicio que están prestando en el cielo, según el plan de Dios.
Debemos así rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.
La Biblia enseña:
La Biblia prohíbe
explícitamente el hacerse imágenes, esculturas, y postrarse ante ellas, en
petición, adoración o ruego. Contrariamente al mandamiento bíblico, en la
foto anterior hemos visto al que fue un máximo representante de la Iglesia Católica
arrodillándose ante una imagen… Con todos los respetos afirmamos que no se debe
practicar dicha doctrina antibíblica:
«No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el
cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás» (Éxodo 20:4,5).
«Guardad, pues, mucho vuestras almas... para que no os corrompáis y
hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o
hembra» (Deuteronomio 4:15-16).
Ciertamente la Biblia
habla de santos, pero no de los que han muerto, sino de los santos vivos
(“santo” significa apartado del mundo para Dios). El apóstol Pablo
escribe: «A los santos y fieles en Cristo Jesús que están en
Éfeso (todos los creyentes de aquella ciudad) (Efesios 1:1).
De la misma manera envía sus saludos por carta a aquellos que eran miembros de
la iglesia en Filipos: «Saludad a todos los santos en Cristo Jesús»
(Filipenses 4:21).
La doctrina Católica enseña lo siguiente: “A través de las sagradas
imágenes de la
Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos,
veneramos a quienes en ellas son representados”… Si observamos bien este dogma
católico, a través de las imágenes se les está rindiendo culto a los difuntos,
esto es, a aquellos que ya han muerto (los que son representados)... Aparte de
la prohibición de hacerse imágenes, la Biblia también advierte: «Y el hombre o la
mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de
morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos» (Levítico 20:27). «No sea
hallado en ti… ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los
muertos» (Deuteronomio 18:10,11).
La doctrina del
Purgatorio
La Doctrina Católica enseña:
Después de la muerte, las almas de aquellos que no han sido
perfectamente purificados en este mundo, son llevadas a un lugar llamado El
Purgatorio, para durante un tiempo ser purificadas. Esta purificación es
necesaria, con el objeto de alcanzar la perfecta santidad, sin la cual es
posible entrar en la
Gloria. Por ello la necesidad de un lugar intermedio donde
purificar los pecados. El tiempo que estén y el grado de sufrimiento
purificador, dependerá de la necesidad de santificación para poder entrar en el
cielo.
La Biblia enseña:
Solamente existe el cielo y el infierno (los que hoy mueren sin Cristo
se hallan en el Hades, la antesala del infierno), y no hay enseñanza bíblica
alguna que respalde un lugar donde después de la muerte las almas se
purifiquen:
«Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de
esto el juicio» (Hebreos 9:27).
«Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al
lago de fuego» (Apocalipsis 20:15).
«Habiendo efectuado (Jesucristo) la purificación de
nuestros pecados por medio de sí mismo» (Hebreos 1:3).
«Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad (el evangelio),
mediante el Espíritu» (1ª Pedro 1:22).
El relato del rico (léase Lucas 16:19-31), que se vestía de púrpura y
lino fino, nos muestra la enseñanza: «Y en el Hades alzó sus ojos,
estando en tormentos» (v. 23). En este lugar, donde van los muertos
sin Cristo, no existe purificación alguna. El mismo texto bíblico afirma que
para evitar el infierno es preciso atender al mensaje de la Palabra de Dios: «A
Moisés y a los profetas tienen; óiganlos» (Lucas 16:29).
Jesucristo ya realizó la purificación de todos nuestros pecados en la Cruz del Calvario. Y
solamente por ese único y suficiente sacrifico podemos entrar en el cielo
directamente y de forma gratuita. «La dádiva (el regalo) de
Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23).
No encontramos en la
Biblia un estado intermedio donde las personas fallecidas se
purifiquen... Definitivamente, la doctrina del Purgatorio no existe en la Biblia.
La confesión de los
pecados a un sacerdote
La Doctrina Católica enseña:
La Confesión es uno de los
sacramentos que todo cristiano debe cumplir. Consiste en que si arrepentidos
nos confesamos a un sacerdote, y hacemos el propósito de enmendarnos, Dios
perdona nuestros pecados por medio del sacerdote. De tal manera que aquellos
sacerdotes que han recibido autoridad de la Iglesia, pueden perdonar los pecados en nombre de
Cristo. Así que, todo católico que quiera reconciliarse con Dios, después de
haber pecado, ha de confesar sus pecados al sacerdote para que éste le
absuelva, esto es, reciba el perdón de Dios. A cambio le pedirá que rece
algunos padrenuestros o avemarías, como penitencia por los pecados cometidos.
De tal manera, el sacerdote es mediador entre el Dios santo y el hombre
pecador, haciendo posible la reconciliación entre ambos.
La Biblia enseña:
No existe hombre alguno en la tierra que tenga autoridad para perdonar
pecados. Solamente el Creador puede perdonar y borrar nuestras iniquidades. Y
así lo hace, cuando el pecador arrepentido, en acto de fe, acude
directamente a Dios para recibir el perdón por medio de Cristo.
«El (Dios) es quien perdona todas tus iniquidades» (Salmos 103:3).
«Si confesamos nuestros pecados, él (Dios) es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1ª
Juan 1:9).
«Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados
fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como
el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Isaías 1:18)
«Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis
transgresiones a Jehová. Y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmos 32:5)
«De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar» (Daniel
9:9)
«Así que, arrepentíos y convertíos (entregarse a Dios), para que sean
borrados vuestros pecados» (Hechos 3:19).
Nadie puede ser mediador en la reconciliación del hombre con Dios, sino
Cristo mismo. Así cita el texto bíblico: «Todo esto proviene de Dios, quien
nos reconcilió consigo mismo por Cristo» (2ª Corintios 5:18). El
versículo aludido anteriormente es suficientemente explícito en esta
doctrina: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre» (1ª Timoteo 2:5).
El apóstol Pablo, en el Nuevo Testamento, recomienda que el hombre se
reconcilie directamente con Dios, sin ningún mediador: «Os rogamos en
nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2ª Corintios 5:21).
La infalibilidad
papal
La Doctrina Católica enseña:
El Papa es el Vicario de Cristo en la tierra, esto es, el que sustituye
a Cristo en este mundo. El Papa es el Sumo Pontífice, o dicho de otro modo, el
único puente directo entre Dios y la Iglesia. Además es el Pastor y el Maestro supremo
de todo cristiano católico... y sus dogmas acerca de doctrina, fe o moral, son
infalibles, es decir, no contienen fallo o error alguno.
La Biblia enseña:
Todo ser humano es pecador, sin excepción alguna... Delante de Dios
todos somos injustos, falibles, y como ovejas torpes nos descarriamos
fácilmente. La única infalible es la eterna Palabra de Dios.
«Por cuanto todos pecaron, y están destruidos de la gloria de Dios»
(Romanos 3:23).
«Como está escrito: No hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:9).
«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas» (Isaías 53:6).
«Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro
Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es
vuestro Maestro, el Cristo» (Mateo 23:9,10).
«Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre»
(Jeremías 17:5).
Contrario a las atribuciones papales, el apóstol Pablo mantuvo siempre
la humildad y declaró de él mismo lo siguiente: «Cristo Jesús vino al
mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1ª Timoteo
1:15).
Reiteramos aquí el mandamiento de nuestro Señor: «No llaméis
padre vuestro a nadie en la tierra» (Mateo 23:9).
Son innumerables los pasajes y versículos en la Biblia, donde se reconoce
la gran verdad de que no existe seguridad ni permanencia en los dogmas humanos
o eclesiásticos, ni en materia de doctrina, ni de fe, ni de conducta. Por el
contrario: «La palabra del Dios nuestro permanece para siempre» (Isaías
40:8).
El rito de la Misa
La Doctrina Católica enseña:
En la misa se renueva el sacrificio expiatorio de Cristo, aunque no en
forma cruenta, y por lo tanto se vuelve a realizar en cada acto litúrgico la
obra de nuestra redención.
La Biblia enseña:
No hay texto en la
Sagrada Escritura donde se nos inste a que repitamos el
sacrificio expiatorio de Cristo, ni siquiera en forma simbólica.
«Que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de
ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del
pueblo; porque esto lo hizo (Cristo) una vez para siempre,
ofreciéndose a sí mismo» (Hebreos 7:27).
«Pero ahora, en la consumación de los siglos, (Cristo) se
presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en
medio el pecado» (Hebreos 9:26).
Aclaramos que la participación del pan y la de la copa, la santa cena,
es un recordatorio de la muerte de Cristo a nuestro favor. Y se instituyó para
que los cristianos no nos olvidemos de que nuestra salvación depende solamente
de ese único sacrifico (el pago de nuestros pecados), hecho una vez y para
siempre. Tal consideración es lo que nos motiva a los creyentes a adorar a Dios
en espíritu y en verdad. «Haced esto en memoria de mí» (Lucas 22:19),
fue el mandamiento del Señor Jesús para su Iglesia.
El bautismo de
infantes
La Doctrina Católica enseña:
El ser humano nace con una naturaleza manchada por el pecado original, y
por tal motivo los niños necesitan del nuevo nacimiento para poder
salvarse. Con el Bautismo infantil son limpiados de ese pecado original,
y a la vez librados del poder de las tinieblas, para de tal forma entrar a la
libertad de los hijos de Dios, que son todos los católicos bautizados. Si por
el contrario el niño no es bautizado, los padres le privan de la gracia divina,
y por consiguiente el niño no logrará convertirse en hijo de Dios.
La Biblia enseña:
Como normativa bíblica el bautismo debe realizarse después de que el
hombre o mujer recibe la salvación en Cristo. Por lo tanto no es un requisito
para recibir el perdón de Dios y la vida eterna, sino un símbolo que refleja la
salvación y nuevo nacimiento recibido de Dios con anterioridad:
«Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí
hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo
corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de
Dios» (Hechos 8:36-37).
«Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de
Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres» (Hechos 8:12).3. «Y muchos
de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados» (Hechos 18:8).
Después de la predicación del apóstol Pedro, se bautizaron aquellos que
creyeron en el Evangelio. «Los que recibieron su palabra fueron
bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas» (Hechos 2:41). Luego,
en la Biblia
no encontramos que la práctica del paido-bautismo (bautismos de infantes)
efectúe la limpieza del pecado original.
Igualmente, el ser humano, alejado por Dios a causa del pecado, no se
convierte en hijo de Dios por el bautismo infantil. La Biblia enseña que es
necesario creer en Jesucristo y recibirle en el corazón. «Mas a todos
los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios» (Juan 1:12).
La Tradición
Católica
La Doctrina Católica enseña:
La Tradición
Católica es el conjunto de enseñanzas doctrinales, reglas
de fe y conducta, que se han ido conformando a lo largo de los siglos en el
seno de la Iglesia,
manteniendo al día de hoy la misma autoridad contenida en la Palabra de Dios. Los
dogmas de la iglesia Católica, en consecuencia, deben ser tomados como si
fueran inspirados por Dios. De tal manera que la Biblia no constituye la
única fuente de autoridad suprema, sino la Iglesia y sus enseñanzas.
La Biblia enseña:
Solamente la Palabra
de Dios es inspirada por el Espíritu Santo, y por ende la única autoridad para
todo hombre o mujer en este mundo. Dicho esto, no podemos considerar las
declaraciones de los Concilios, ni los dogmas de los padres o doctores de la Iglesia, como inspirados o
autoritativos; y mucho menos si tales enseñanzas se contradicen con las propias
Escrituras:
«Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra» (2ª Timoteo 3:16,17)
«Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis
aprendido (la doctrina apostólica), sea por palabra, o por carta nuestra» (2ª
Tesalonicenses 2:15).
«Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo,
que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la
enseñanza que recibisteis de nosotros (la enseñanza apostólica, o para
nosotros hoy el Nuevo Testamento)» (2ª Tesalonicenses 3:6).
No son pocas las ocasiones en las que Jesús denunció esta malsana
práctica:
«¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por
vuestra tradición?» (Mateo 15:3).
«Invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis
transmitido» (Marcos 7:13).
«Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de
los hombres» (Marcos 7:8).
«Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición»
(Marcos 7:9).
Aparte de las Santas Escrituras, la Iglesia Católica
utiliza la llamada Tradición eclesiástica como fuente doctrinal y autoritativa.
Pero, sin embargo, las palabras del Señor, hoy como
ayer, vuelven a cobrar la misma fuerza y practicidad: «Este
pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me
honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres (Mateo 15:8,9).
Con toda seguridad afirmamos hoy que la Biblia es infalible, pero
no la Iglesia,
ni tampoco sus representantes. «Ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad
humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el
Espíritu Santo» (1ª Pedro 1:21).Por tal razón advirtió el apóstol Pablo a
aquellas comunidades cristianas del primer siglo: «Mas si aun nosotros,
o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos
anunciado, sea anatema (maldito)» (Gálatas 1:8).
En conclusión, si existe contradicción entre lo que los hombres enseñan
y la propia Escritura, bien sean llamados maestros, doctores o papas, el
cristiano tiene que responder como hizo Pedro y los demás apóstoles: «Respondiendo
Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres» (Hechos 5:29).
De hecho, uno de los requisitos para el reconocimiento del “Canon
bíblico” (los libros de la
Biblia, en este caso del Nuevo Testamento) era precisamente
contener la inspiración divina y el sello de la autoridad apostólica. Y en la
conclusión de esos aprox. cuatro siglos que duró el reconocimiento eclesial del
“Canon”, no hubo otros escritos que se consideraran como inspirados, aparte de
los que tenemos hoy en la
Biblia. Por ello, en aquellos siglos los escritos de los
padres apostólicos, o declaraciones conciliares, no tuvieron autoridad bíblica.
Pensemos bien, si en aquel tiempo la Tradición no fue considerada inspirada o
autoritativa para la Iglesia,
mucho menos autoridad tendrán hoy los escritos que no sean las mismas
Escrituras. Hacemos bien si tomamos ejemplo de los primeros cristianos en
Berea: «Escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas
eran así» (Hechos 17:11).
En su proceder práctico la Doctrina Católica sitúa en primer lugar la
“Sagrada Tradición”, dejando en un segundo lugar la autoridad de la Biblia. Sin embargo,
los cristianos tenemos la
Palabra de Dios inspirada, que además fue reconocida como
única y definitiva autoridad celestial por la Iglesia primitiva, para
ser leída, creída y obedecida.«Porque la palabra de Dios es viva y eficaz»
(Hebreos 4:12).